El día comienza cogiendo el autobús a las 9’00 de la mañana, dando lugar a un confortable viaje de una hora y media que da para mucho: para cantar, para ponernos nerviosos ante lo que nos espera, para dormir un poco; y también para que alguno de los intrépidos esquiadores pase malos momentos debido a los típicos mareos de las excursiones.
Una vez llegado a la estación de San Isidro nos toca recoger el material: botas, esquís y bastones, donde los más peques sufren para llevar todo el material al autobús, aunque gracias a la ayuda de sus “hermanos mayores” de sexto se hace más llevadero.
Ahora llega el momento: nos ponemos las botas (lo cual no resulta sencillo, aunque nuevamente los mayores dando una lección de solidaridad, solventan los problemas) y ¡A ESQUIAR!!!!!!!!!. Durante 3 horas se mezclan las cuñas, los giros, las caídas, los saltos y sobre todo las emociones.
A las 14’30 se acabó la dura jornada de trabajo y todos exhaustos guardamos nuestras armas en el autobús, donde el sonido predominante es el de las tripas quejándose por la falta de materia prima.
Por suerte, nos ha tocado el mejor restaurante posible para recargar la gasolina gastada, con lo que vamos hacía Puebla de Lillo con una sonrisa en los labios. Comemos como verdaderos guerreros de la nieve y tras 15 min. de paseo por Puebla, donde nos cruzamos con corderitos, perros, vacas, etc, llegamos de nuevo al autobús, momento en el que una película amansa a las fieras mejor que cualquier sonata de Mozart.
Y POR FIN ESTAMOS EN CASA!!!!!!!!, con todos los papás y mamás esperándonos ávidos de noticias y de mimos de sus profesionales del esquí. Solo queda pensar en el próximo lunes, donde otra vez nos pondremos los esquís y soñaremos que estamos domando la mayor montaña del mundo.
Hugo
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